El último partido de una estrella del fútbol en ascenso

Justo cuando parecía que las cosas no podían ir mejor para Adam, quien jugaba en uno de los equipos más competitivos de la Academia NCFC en Raleigh, surgió una nueva oportunidad con la que muchos atletas jóvenes sueñan. Sin embargo, este prometedor futuro vino con una difícil decisión.

Era un miércoles por la tarde como cualquier otro. Estaba terminando mi almuerzo cuando recibí un mensaje de texto. Era de la madre de Adam. Me preguntó, con un toque de ansiedad, si podría tomar algunas fotos de su hijo en el complejo WRAL de fútbol esa noche. «Nos mudamos a Charlotte —me explicó—. Adam ha sido reclutado para jugar en la Academia del Charlotte FC, y esta noche es su último partido con su equipo actual». Como no tenía otros compromisos esa tarde, acepté con gusto ir a cubrir el partido de despedida.

Desde el momento en que Adam pisó el campo con su equipo, vistiendo el uniforme azul de locales, era evidente que tenía un fuerte vínculo con ellos. Comenzaron el calentamiento, riendo y bromeando, y yo comencé a hacer fotos. No pude evitar preguntarme si sus bromas tenían algo que ver con la mano lesionada de Adam.

Luego del calentamiento, Adam se apartó del grupo por un momento y pareció tener un diálogo interno con su mano. ¿Qué se habría dicho a sí mismo? ¿Estaría temeroso de jugar con una mano lesionada? «No te preocupes —pensé, como tratando de comunicarme con él telepáticamente—, no has venido a jugar balonmano».

Antes de comenzar el partido, organizaron una pequeña práctica para afinar los pases y los tiros al arco. La habilidad de Adam para dominar el balón era notable. Lo movía con seguridad y sus pases eran precisos.

A la hora de hacer tiros al arco, Adam se destacó por ser ambidiestro, propinando vigorosos zapatazos con ambas piernas.

Ya en juego, Adam se movía con gracia, encontrando huecos que los oponentes descuidaban, creando así nuevas oportunidades para anotar.

Ambos equipos continuaban ajustando sus estrategias, pero Adam armaba las jugadas ofensivas con maestría, señalando a sus compañeros con gestos de su mano sana.

Pero no se trata sólo de habilidad o liderazgo en el campo. Un jugador completo también debe demostrar deportividad. Aunque la mayoría de los niños exhiben esta cualidad de manera natural, tristemente tiende a desvanecerse con el tiempo. Éste no era el caso de Adam. Él siempre mostró respeto, ofreciendo una mano amiga a los jugadores caídos, tanto a sus compañeros como a sus oponentes.

¿Qué mejor manera de despedirse de sus compañeros que ganando el último partido juntos? De todos los goles anotados esa noche, dos fueron de Adam. El primero fue un disparo fuerte y decidido; el segundo, un toque sereno y preciso que hizo que el balón acariciara la red.

Cuando guardé mi cámara, me di cuenta de que había capturado algo más que fotos. Había documentado el inicio de un sueño y los primeros pasos de un viaje, no sólo físico, sino de crecimiento y madurez.

El cambio no es fácil, especialmente cuando implica mudarse a una nueva ciudad. Poco después de trasladarse a Charlotte, Adam comenzó a participar en torneos y, al momento de la publicación de este artículo, está probando para la selección del equipo juvenil nacional de Estados Unidos. Creo que todos los sacrificios que Adam y su familia han hecho pronto darán sus frutos.

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