Desde el anuncio de su descubrimiento a principios de 2023, el cometa Tsuchinshan–ATLAS prometía ser uno de los grandes cometas del siglo XXI. Muchos portales de astronomía publicaron artículos muy optimistas, vaticinando un cometa posiblemente tan brillante como el Hale-Bopp, que nos regaló un maravilloso espectáculo en 1997.
La gran mayoría de los cometas que nos visitan no alcanzan el brillo necesario para ser vistos sin ayuda de telescopios o binoculares. En promedio, hay que esperar de cinco a diez años para deleitarse con uno que sea fácilmente visible a ojo desnudo. El más reciente de esta categoría fue el cometa NEOWISE, que nos inspiró a salir de nuestras guaridas en plena pandemia del COVID-19 en 2020.
Como muchos aficionados a la astrofotografía, comencé a hacer planes para observar el cometa Tsuchinshan–ATLAS con muchos meses de anticipación. Desde mi ubicación, podría ver el cometa adelantarse al Sol en la madrugada hacia fines de septiembre de 2024; luego, desde el final de la segunda semana de octubre, lo vería ganando altitud gradualmente cada día luego del atardecer. Seleccioné algunos lugares de observación con líneas de vista despejadas hacia el este y el oeste. Sólo quedaba esperar.
A principios de julio, una publicación del astrónomo Zdenek Sekanina anunció que el cometa estaba sentenciado a desintegrarse antes del perihelio (su máximo acercamiento al Sol). Durante semanas, muchos portales replicaron el presagio de Sekanina, respaldando el pesimismo con observaciones recientes de la luminosidad del cometa, que no parecía incrementarse.
Luego, hacia fines de agosto, las cosas comenzaron a verse favorables. La curva de luminosidad volvió a sugerir que el cometa se comportaría como originalmente se predijo. Esto es típico: los cometas son conocidos por ser caprichosos, y parece no importarles lo que los astrónomos predigan acerca de su brillo. Una vez más, sólo quedaba esperar.
Mi primera oportunidad de avistamiento se acercaba, pero como de costumbre, la presencia de nubes se opuso a mis proyectos de astrofotografía. A pocos días de mi largamente esperada primera sesión de fotos con el señor cometa —que llevaba meses agendada—, el huracán Helene cubrió de nubes gran parte de la costa este durante casi una semana, a medida que causaba estragos en varios estados sureños, incluyendo la zona de las montañas de Carolina del Norte.
Hacia el final de la segunda semana de octubre, el cometa apareció en el cielo vespertino, abandonando Virgo para pasar por la Serpiente, dominada por Ofiuco. Esta segunda oportunidad de verlo vino con más y mejores días, y los aproveché al máximo.
El cometa alcanzó el perigeo (su máximo acercamiento a la Tierra) el 12 de octubre. Al caer la noche, fue claramente visible a simple vista desde Raleigh, aunque su brillo fue opacado por la luz del atardecer por estar todavía bastante bajo en el horizonte. La cola, un poco tímida, se perfiló sobre las intrusas nubes. Para mí, fue una vista hermosa, pero quizá no muchas personas la calificarían como impresionante. Sin embargo, el espectáculo recién comenzaba, y la historia sería muy diferente tan sólo una noche después.
El 13 de octubre viajé a la frontera con Virginia para alejarme de la contaminación luminosa de las ciudades. Pero hubo una luminaria que me seguía a todas partes y «contaminaba» el cielo nocturno: la Luna, a pocos días de alcanzar su fase llena. Aun así, el brillo del cometa dominó la vista hacia el poniente. En términos de magnitud, fue comparable con la novena estrella más brillante del cielo, Betelgeuse (en inglés, pronunciado como el nombre del Súper Fantasma, pero escrito de otra manera). Lo más notorio fue su larga cola, que se extendía alrededor de diez grados. Para poner las cosas en perspectiva, ¡eso equivale a veinte lunas llenas lado a lado!
Durante estos días, el cometa ganaba altitud a razón de casi 4 grados por noche, lo que permitía distinguirlo más fácilmente. La llegada de un frente frío el 14 de octubre despejó el cielo completamente, produciendo condiciones casi ideales para hacer fotos. En esa fecha, el creciente brillo de la Luna me dio la oportunidad de hacer un retrato del cometa cual si fuera de día: detalles del paisaje claramente iluminados y un cielo azul totalmente impropio de una escena nocturna. Pero quizá el rasgo más fascinante que fue claramente visible esa noche fue la anticola, vista como una prolongación del núcleo apuntando hacia el Sol. Esta característica es muy rara, y sólo se observa cuando la Tierra cruza el plano orbital del cometa. ¡Una vista realmente hermosa y absolutamente impresionante!
El último día que fotografié el cometa fue el 21 de octubre. Quería una foto donde se lo pudiera apreciar contra el verdadero fondo negro de la noche, así que debí esperar hasta esta fecha para evitar que la luz de la Luna tiñera de azul el cielo. Como es de esperar, en una semana el cometa ya había perdido bastante brillo, pero seguía siendo una joya en el cielo nocturno desde zonas rurales.
El cometa desmintió el presagio de su desintegración con un brillo que calló toda boca pesimista, imponiéndose incluso ante el velo luminoso de la Luna llena. A medida que se alejaba del Sol —quizá para nunca más volver—, su brillo se fue atenuando poco a poco. Esta esplendorosa despendida también vino con un toque de ironía: el cometa que no debía brillar pasó a unos 30 grados de T Coronae Borealis —apodada «Estrella Ardiente» en inglés—, la nova cuya explosión se esperaba hacia fines de septiembre y no ocurrió. Al parecer, los cometas no son los únicos cuerpos celestes que se divierten burlándose de las predicciones de los astrónomos.